Los Lévano en la Utopía Libertaria

Primer paro general de Lima, en 1911, en solidaridad con los textiles de Vitarte (en los círculos, Manuel y su hijo).

Ni el más febril de los libertarios peruanos hubiese imaginado que, tras un siglo, la obra de dos de sus representantes más notables iba a ser recuperada para la historia por el eficiente y democrático fondo editorial del primer poder del Estado*.

Los escritos, impresos e inéditos, de Manuel Caracciolo Lévano Chumpitás (1862-1936) y Delfín Amador Lévano Gómez (1885-1941), abuelo y padre respectivamente, del periodista y militante de izquierdas César Lévano, olvidados por mucho tiempo, habían quedado al margen de las antologías del anarquismo peruano y latinoamericano y de la mayoría de estudios sobre el tema. Al igual que muchas de las figuras del izquierdismo peruano anterior al aprismo y al comunismo, los Lévano quedaron opacados por el mayor peso organizativo y político alcanzado luego por los seguidores de Haya de la Torre y Mariátegui.

No es éste, sin embargo, un asunto exclusivamente peruano. A partir de los años veinte del siglo pasado, el anarquismo entró a un ocaso sin retorno por los prejuicios políticos que lo hallaban demasiado utópico e intransigente ante las necesidades de la Real-politik y, más importante, por la consolidación del Estado soviético que convirtió al modelo de Lenin en el ejemplo político a imitar por los radicales del mundo entero.

El Perú, para entonces, no había tenido grandes organizaciones de izquierda, ni parlamentarias ni anarquistas, pero sí contaba con la enorme capacidad de agitación y movilización de los núcleos de trabajadores que, a través de protestas sistemáticas lograron triunfos sonados, como la ley de las ocho horas, y establecieron las bases para el futuro desarrollo del aprismo y del comunismo.

Dentro de ese panorama, los Lévano fueron un caso singular de líderes obreros. Destacaron simultáneamente como dirigentes sindicales y escritores de pluma afilada para la polémica a pesar de ser prácticamente autodidactas. Superaron con holgura, además, los límites de la cultura provinciana local sin haber tenido como Haya y Mariátegui una experiencia europea. Por último, a sus ágiles textos de agitación y propaganda política les sumaron la creación literaria mediante poemas y letras de canciones.

La ausencia de trabajos históricos que reconstruyeran las biografías de los militantes obreros de la época, en actividades que no fuesen las protestas sociales o las ceremonias públicas, impidió que se conociera a cabalidad dicha producción política e intelectual. Prueba de ello, es la referencia legendaria a un origen italiano del patriarca obrero Manuel Lévano creada por su segundo nombre: Caracciolo. No en vano, hasta un investigador tan riguroso como el siempre recordado Alberto Flores Galindo lo tuvo por descendiente de italianos, probablemente porque éstos, junto a los españoles, abundaban entre los anarquistas latinoamericanos y varios de ese origen, principalmente argentinos, visitaron a sus camaradas peruanos.

La influencia porteña fue tan clara que el principal periódico anarquista local había tomado su nombre de La Protesta publicada en Argentina desde 1897 (entonces bajo el nombre de La Protesta Humana) y la misma Federación Obrera Regional Peruana (FORP) se había inspirado en la Federación Obrera Regional Argentina (FORA). No obstante ello, los Lévano no fueron meros repetidores de los anarquistas argentinos y buscaron entender la realidad de su país.

Así, en un célebre discurso de 1905 sobre los gremios obreros, Manuel C. Lévano identifica un problema que llegaría a ser crónico en la izquierda peruana: la tendencia a la desunión que él explica a través del “egoísmo refractario” que impide a los trabajadores unirse en defensa de sus propios intereses. Del mismo modo, anticipa el gran papel que tendrán posteriormente los trabajadores de Trujillo, región a la que considera la “antorcha edificante” del Perú.

Su hijo Delfín Amador tuvo una gran producción escrita, aunque fue también muy destacado dirigente obrero. A él, además, le correspondería “sentar posición” sobre temas cruciales de su época, como la revolución mexicana en la que denunciaba “al farsante Madero” o el desarrollo de la Unión Soviética, donde fustigaba a los seguidores de la “momia roja de San Lenin”.

La desconfianza que ambos tuvieron en el Estado y los partidos, en todas sus formas y en todos los lugares, los mantuvo al margen de los juegos de poder de la política nacional, la “excrecencia criolla”, según Delfín Amador. Por ello, no deja de llamar la atención que jamás aceptaran algún compromiso que fuera en contra de sus ideales.

Dado el reconocimiento que tuvieron en su tiempo, pudieron haber optado por algunas concesiones “al sistema” que les trajesen ventajas económicas mínimas. No lo hicieron. Por el contrario, Manuel Caracciolo siguió trabajando hasta el final de sus días, incursionando, ya de avanzada edad, en la organización de canillitas, actividad que por sus horas inclementes le ocasionaría la enfermedad que originó su muerte.

Delfín Amador, incansable organizador de trabajadores y eximio propagandista radical, nunca recuperó su fortaleza física tras las salvajes torturas a las que fue sometido en las sentinas del Real Felipe en los últimos días del gobierno de Leguía. Le quebraron el cuerpo pero no el alma. El viejo libertario siguió adelante y murió en su ley. (Iván Hinojosa)

Extraído de (sin fecha): http://www2.caretas.pe/Main.asp?T=3082&S=&id=12&idE=674&idSTo=0&idA=20522#.WW48E9OGOCf


*César Lévano y Luis Tejada, Compiladores, La utopía libertaria en el Perú: Manuel y Delfín Lévano, obra completa.

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